1. Oración introductoria – El Gran Mandamiento – Mateo 22:34-40
Me detengo y poco a poco me calmo. Hago la señal de la cruz, tomando conciencia más profundamente de la presencia de Dios dentro de mí y en todo lo que me rodea. Pido la gracia del Espíritu Santo, el don de ser conmovido por la Palabra de Dios, que ahora se me permite leer, escuchar, reflexionar y permitir que forme a Cristo dentro de mí (Gal 4:19), para que pueda ser misericordioso, así como el Padre celestial es misericordioso (Lc 6:36). Pido esto con mis propias palabras o utilizando las siguientes:
«Te ruego por la gracia de poder y saber escuchar desde afuera y desde adentro. Desde afuera, las palabras que leo; desde adentro, los sentimientos e impulsos que se despiertan. Comienzo a leer el pasaje del Evangelio lentamente. Palabra por palabra. Línea por línea. Contemplo a aquel que me está hablando.»
2. Lectura – Escucha: El Gran Mandamiento – Mateo 22:34-40
34 Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. 35 Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: 36 Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? 37 Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el primero y grande mandamiento. 39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.
3. Pensamientos sobre el Evangelio: El Gran Mandamiento – Mateo 22:34-40 – Significado y Comentario
«En aquellos tiempos, los judíos tenían una gran cantidad de normas, costumbres y leyes, tanto grandes como pequeñas, que regían la observancia de los Diez Mandamientos. Algunos fariseos decían: ‘Todas las leyes, grandes y pequeñas, tienen el mismo valor, ya que todas provienen de Dios. En asuntos relacionados con Dios, no podemos hacer distinciones.’
Otros decían: ‘Algunas leyes son más importantes que otras, por lo que merecen un mayor respeto’. Así que vinieron ante Jesús para escuchar su punto de vista.
Jesús les respondió de la misma manera en que los judíos piadosos recitaban tres veces al día, por la mañana, al mediodía y por la noche: ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu entendimiento’ (cf. Deuteronomio 6:4-5). Esta oración era tan conocida entre ellos como el Padre Nuestro lo es para nosotros hoy. Luego añadió: ‘Este es el mandamiento más grande y el primero. El segundo es semejante a este: Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ (cf. Levítico 19:18). Y concluyó: ‘En estos dos mandamientos se sustenta toda la ley y los profetas’.
En otras palabras, este es el camino hacia Dios y hacia el prójimo. No hay otro camino. La mayor tentación para las personas es tratar de separar estos dos amores, ya que de esa manera la pobreza de los demás no perturbaría su conciencia.
La palabra ‘fariseos’ significa ‘separados’, ya que su estricta observancia de la ley de Dios los separó de los demás. Entre ellos se llamaban ‘compañeros’, ya que constituían una comunidad cuyo ideal era el absoluto respeto de las normas y todos los mandamientos de la ley de Dios.
La mayoría de ellos llevaban una vida que servía de ejemplo para otros, dedicando muchas horas cada día al estudio y meditación de la ley de Dios. Sin embargo, buscaban su seguridad y salvación no en Dios, sino en la estricta observancia de la ley de Dios. Tenían más confianza en lo que hacían por Dios que en lo que Dios hacía por ellos. Perdieron el sentido de la gratitud, que es la fuente y el resultado del amor. Jesús estaba en contra de esas actitudes equivocadas hacia Dios.
Él enfatizaba la práctica del amor, ya que solo de esta manera se cumple plenamente la ley. En una época de cambios e incertidumbre, como la de hoy, reaparece la misma tentación. Rápidamente podemos empezar a buscar seguridad y salvación no en la bondad de Dios hacia nosotros, sino en la estricta observancia de los mandamientos. Si sucumbimos a esa tentación, merecemos la misma condena que recibieron los fariseos.
Incluso el Antiguo Testamento enseñaba que debemos ‘amar a tu prójimo como a ti mismo’ (Levítico 19:18). En aquel entonces, la palabra ‘prójimo’ era sinónimo de pariente. Se sentían obligados a amar a todos aquellos que formaban parte de la misma familia, la misma descendencia, el mismo pueblo. En cuanto a los extranjeros, se estipulaba que se les podía exigir el pago, pero debías perdonar cualquier deuda que tuvieras contra tu hermano (pariente, vecino) (Deuteronomio 15:3).
En la época de Jesús, se debatía mucho sobre ‘¿quién es mi prójimo?’ Algunos creían que el concepto de prójimo debería extenderse más allá de las fronteras raciales, mientras que otros se negaban a considerarlo. Por eso, un maestro de la ley se volvió hacia Jesús y le hizo esta pregunta: ‘¿Quién es mi prójimo?’
Jesús respondió con la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:29-37), donde el prójimo no es ni un pariente ni un amigo, sino todos aquellos que se acercan a una persona, sin importar su fe, color de piel, raza, género o idioma, y le ayudan. Estamos llamados a ser prójimos de todos y a hacer el bien a todos.»
4. Meditación – Reflexión
Ahora estoy reflexionando sobre la Palabra de Dios que he escuchado. Estoy mirando a Jesús y a otras personas en el pasaje. Estoy observando cómo la Palabra de Dios toca mis pensamientos y sentimientos, cómo me revela a Dios a mí y a mí mismo y a los demás en Él. Los siguientes pensamientos o preguntas también pueden ser útiles:
- ¿Cómo percibo la conexión entre el primer y segundo mandamiento y cómo afecta a mi vida y acciones?
- ¿Por qué el amor a Dios y el amor al prójimo representan la esencia de la ley y los profetas?
5. Oración Personal
En los próximos momentos de silencio, hablo de esto con Jesús. Le cuento lo que pienso, lo que siento, lo que quiero. Le pido la gracia que necesito para… (haz tu conversación con Dios).
6. Contemplación – Momento de silencio con Dios
Permito que todo dentro de mí se vuelva silencio. Estoy simplemente presente en Dios, así como Él está presente en mí. Quizás desde este silencio y quietud, sentiré aún más la dirección de Dios y Su deseo de que siempre esté con Él y haga todo con Él y en Él…
7. Oración al final
«Padre celestial, te doy gracias por permitirme estar contigo después de este pasaje del Evangelio a través de Jesucristo en el Espíritu Santo. Ayúdame a nunca separar estos dos mandamientos y a ponerlos en práctica siempre y en todas partes donde me encuentre.»
8. Revisión de mi meditación o reflexión en la oración
Este es el momento en el que tomo conciencia y articulo lo que estaba sucediendo dentro de mí durante la oración. Las siguientes preguntas pueden ayudarme en la reflexión:
- ¿Qué estaba sucediendo durante la oración? ¿Qué sentimientos y pensamientos pude discernir dentro de mí?
- ¿Qué aprendí acerca de Dios, Su relación conmigo y con los demás, y mi propia relación con Él y con los demás?
- ¿Cómo concluí mi oración? ¿Qué recibí en ella para mi vida cotidiana?
- Al final, puedo anotar mis ideas, descubrimientos y realizaciones. También anoto dónde encontré dificultades, ya que pueden ser valiosas para comprender la relación de Dios conmigo y mi relación con Él. También pueden ayudarme a encontrar una forma de orar más adecuada. Luego, expreso gratitud al Dios trino por todo.
Las meditaciones de Lectio Divina se publican y adaptan con permiso de los jesuitas en ignacijevdom.si.
Texto de la Biblia – Nueva Versión Internacional (NVI)